Bob DOYLE
El último brigadista irlandés, Bob Doyle, falleció la semana pasada a los 92 años de edad. El 12 de febrero hubiera cumplido un año más, pero su corazón le falló. Durante 2008 acudió como protagonista a numerosos eventos en Irlanda, Reino Unido -donde vivía- y España, su segundo hogar. Estuvo, como solía hacer todos los años, en las marchas del Jarama y de Brunete. Participó, a finales de octubre, en los actos del 70º aniversario de la despedida que Barcelona dispensó a las Brigadas Internacionales, donde pudo volver a escuchar las históricas palabras de la Pasionaria: "Volved a nuestro lado, que aquí encontraréis patria los que no tenéis patria, amigos, los que tenéis que vivir privados de amistad, y todos, todos, el cariño y el agradecimiento de todo el pueblo español...".Semanas después marchó a Belfast para presidir la inauguración de un monumento a las BI. Y allí cayó herido por una penosa neumonía que el sistema de salud británico -el otrora famoso National Health Service- no supo tratar a tiempo. Casi dos meses en los cuales Bob ha estado luchando contra la muerte como lo había hecho en tantas ocasiones en su azarosa vida de rebelde sin pausa, como lo caracterizó la BBC en un buen documental emitido en los años noventa.
Bob nació en Dublín el año 1916, el mismo en que se produjo el conocido alzamiento popular de Pascua contra la dominación británica. Su familia, como tantas otras de la clase trabajadora, se vio azotada por la pobreza histórica de una Irlanda colonizada, una pobreza que se agravó en los años treinta como trágica secuela de la crisis del 29. La calle y las movilizaciones sociales de aquella década enseñaron a Bob lo que las escuelas católicas regentadas por monjas le habían ocultado: que los seres humanos tienen unos derechos que la sociedad capitalista, sí, la sociedad capitalista, no da gratuitamente; hay que ganarlos con la lucha constante.
El joven Bob adoptó pronto una actitud de sana rebeldía que le llevó a participar en las luchas por el trabajo y la vivienda y contra la ola fascista que se extendía por Europa y por la propia Irlanda (los camisas azules de O'Duffy). Y cuando estalló la Guerra Civil no dudó en incorporarse al torrente de miles de voluntarios antifascistas que vinieron a España a defender la República y la democracia amenazadas. En marzo de 1938 fue hecho prisionero en Calaceite por una unidad fascista italiana, los Flechas Negras, y enviado al campo de concentración de San Pedro de Cardeña, de donde salió 11 meses después.
Bob prosiguió el combate contra el fascismo durante la II Guerra Mundial y, al término de ésta, se instaló en Londres. Se casó con una emigrante asturiana, Lola, y fundó una familia que ha dejado dos hijos, Roberto y Julián, y numerosos herederos. Pero el principal legado de Bob ha sido su disposición constante a la lucha en defensa de los humildes, de los oprimidos. Así lo hizo como sindicalista de base en el gremio de artes gráficas y también como ciudadano comprometido en la lucha por la paz, la igualdad y el progreso. Y tal como lo hizo él, así intentó transmitir su ejemplo a las siguientes generaciones. A esa idea respondió su voluntad de escribir sus Memorias, publicadas por la AABI, y de acudir a cuantas reuniones se organizaran para recordar a los luchadores de la libertad. En España pudimos escuchar su mensaje en numerosas ocasiones, unos discursos clarividentes que constituían, más allá de un recuerdo nostálgico del pasado, una llamada a la acción. Por eso muchos de sus discursos terminaban con su frase más querida: "Nuestra lucha por la liberación de la humanidad continúa".
Bob nació en Dublín el año 1916, el mismo en que se produjo el conocido alzamiento popular de Pascua contra la dominación británica. Su familia, como tantas otras de la clase trabajadora, se vio azotada por la pobreza histórica de una Irlanda colonizada, una pobreza que se agravó en los años treinta como trágica secuela de la crisis del 29. La calle y las movilizaciones sociales de aquella década enseñaron a Bob lo que las escuelas católicas regentadas por monjas le habían ocultado: que los seres humanos tienen unos derechos que la sociedad capitalista, sí, la sociedad capitalista, no da gratuitamente; hay que ganarlos con la lucha constante.
El joven Bob adoptó pronto una actitud de sana rebeldía que le llevó a participar en las luchas por el trabajo y la vivienda y contra la ola fascista que se extendía por Europa y por la propia Irlanda (los camisas azules de O'Duffy). Y cuando estalló la Guerra Civil no dudó en incorporarse al torrente de miles de voluntarios antifascistas que vinieron a España a defender la República y la democracia amenazadas. En marzo de 1938 fue hecho prisionero en Calaceite por una unidad fascista italiana, los Flechas Negras, y enviado al campo de concentración de San Pedro de Cardeña, de donde salió 11 meses después.
Bob prosiguió el combate contra el fascismo durante la II Guerra Mundial y, al término de ésta, se instaló en Londres. Se casó con una emigrante asturiana, Lola, y fundó una familia que ha dejado dos hijos, Roberto y Julián, y numerosos herederos. Pero el principal legado de Bob ha sido su disposición constante a la lucha en defensa de los humildes, de los oprimidos. Así lo hizo como sindicalista de base en el gremio de artes gráficas y también como ciudadano comprometido en la lucha por la paz, la igualdad y el progreso. Y tal como lo hizo él, así intentó transmitir su ejemplo a las siguientes generaciones. A esa idea respondió su voluntad de escribir sus Memorias, publicadas por la AABI, y de acudir a cuantas reuniones se organizaran para recordar a los luchadores de la libertad. En España pudimos escuchar su mensaje en numerosas ocasiones, unos discursos clarividentes que constituían, más allá de un recuerdo nostálgico del pasado, una llamada a la acción. Por eso muchos de sus discursos terminaban con su frase más querida: "Nuestra lucha por la liberación de la humanidad continúa".
Severiano Montero es miembro de la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales.
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